lunes, 26 de noviembre de 2007

CHISTES Y RELATOS (CONTIENE LENGUAJE PARA ADULTOS) QUE ES ESTO?


Identifíquese



Llega el presidente de cierto país al banco a cambiar un cheque. La cajera le
pide una identificación, a lo cual el presidente responde "se me
olvidó mi credencial para votar, pero soy el presidente de este país,
¿no me reconoce?"
La cajera le responde, "Pues lo siento, pero sin identificación no
puede cambiar el cheque, pero si me puede demostrar que usted es el
Presidente se lo cambio".
"¿Cómo puedo hacerle para demostrar que soy el Presidente?"
"Haga algo. Por ejemplo, el otro día vino Casius Clay con el mismo
problema, pero le pusimos un ring y noqueó a un cajero de un golpe y
demostró ser Casius Clay. También vino Iker Casillas, le pusimos una
portería, paró todos los penaltis y demostró ser Iker Casillas".
Después de mucho pensar el Presidente dice, "Lo siento señorita, sólo
se me ocurren puras pendejadas".
Y la cajera responde: "Como quiere el cheque ¿Lo quiere en billetes grandes o chicos?".

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Idéntica solución



Una pareja joven, con un niño de cinco años, estaba ya cansada de que
el pequeño les interrumpiera en los momentos más inoportunos mientras
hacían el amor. Al fin, al padre se le ocurre una solución:
"Mira, Pepito, tu mamá y yo vamos a hablar de nuestras cosas aquí al
lado, en nuestra recamara. Sé un niño bueno, asómate a la ventana y
cuéntanos lo que ves, ¿sí?"
El nene comienza:
"Hay una señora paseando a su perro. Un autobús rojo está pasando. Los
vecinos de enfrente están teniendo sexo otra vez..."
"¿Cómo sabes tú eso?", gritan sus padres.
"¡Es que su hijo pequeño también se está asomado a la ventana
haciéndose pendejo como yo!"
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Humor en graffiti



Algunos ejemplos de graffiti humorísticos que se encuentran en las
calles colombianas:
Mi abuela dijo no a la droga... y se murió.
No soy dólar... pero subo y bajo.
No hay mujer fea... sino mal escogida.
Las mujeres son como el 11... empiezan con uno y terminan con uno.
Árbol que nace torcido... sirve para columpio.
Mi profesor es como un cirujano... primero nos duerme y luego nos
raja.

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Humor en frases



1. El amor es una cosa esplendorosa... ¡Hasta que te sorprende tu
esposa!
2. Más vale parecer un idiota con la boca cerrada, que abrir la boca y
disipar toda duda.
3. Es mucho más fácil perdonar al enemigo una vez que nos hemos
desquitado.
4. El ochenta por ciento de los hombres casados engaña a sus esposas
en los Estados Unidos. El resto lo hace en Europa.
5. No estoy de acuerdo con las relaciones antes del matrimonio, porque
hacen llegar tarde a la ceremonia.
6. Yo no le deseo la muerte a nadie... Siempre que no me falte
trabajo. (Un empresario de pompas fúnebres).
7. Si su suegra es una joya... ¡Aquí le tenemos el estuche! (Anuncio
en una funeraria).
8. La realidad es una alucinación causada por la falta de alcohol.
9. Hay gente que está demasiado educada para hablar con la boca llena,
pero no les importa hacerlo con la cabeza hueca.
10. Cuando el filósofo señala la luna, el tonto se fija en el dedo.

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¡Hombre, que eres bruto!



Un habitante de Tontilandia va en su automóvil y lo choca. Viendo la
gran abolladura, se le ocurre que soplándolo por el escape puede
inflarse y regresar a la normalidad. Y en eso está cuando pasa un
compatriota por el camino y le dice:
"¡Hombre, que eres bruto! ¡Si no cierras las ventanas no se va a
inflar nunca!"

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Historia de terror



Un tipo estaba parado a la orilla de la carretera pidiendo aventón, en
medio de una tremenda tormenta, en una oscura y tenebrosa noche.
Pasó un tiempo pero nadie se paraba. La tormenta era tan fuerte que
apenas si se alcanzaba a ver a unos 3 metros de distancia. De pronto,
ve que un extraño carro se acerca lentamente y al final se detiene.
Sin dudarlo, por lo precario de su situación, se sube al auto y cierra
la puerta. Voltea y se da cuenta, con asombro, de que nadie va
manejando el carro.
El vehículo arranca suave y pausadamente. El tipo mira hacia la
carretera y ve, con horror desorbitado, que adelante está una curva;
asustado, comienza a rezar e implorar por su salvación al advertir su
trágico destino. El fulano no ha terminado de salir de su espanto
cuando, justo antes de llegar a la curva, entra una mano tenebrosa por
la ventana del chofer y mueve el volante, lentamente pero con firmeza.
Paralizado de terror y sin aliento, se aferra con toda sus fuerzas al
asiento; inmóvil e impotente ve como sucede lo mismo en cada curva del
tenebroso y horrible camino, mientras la tormenta aumenta su fuerza.
El sujeto, sacando fuerzas de donde ya no quedaban, se baja del carro
y se va corriendo hasta el pueblo más cercano.
Deambulando, todo empapado, se dirige a una cantina que se percibe a
lo lejos; entra y pide dos tequilas. Temblando aún, les empieza a
contar a todos los parroquianos la pavorosa experiencia que acababa de
sufrir.
Se hizo un pesado silencio ante el asombro de todos los presentes. El
miedo asomaba por todos los rincones del lugar. Como a la media hora,
llegan dos hombres todos mojados y le dice uno al otro, en tono
molesto:
"¡Mira Juan, allá está el hijo de la chingada que se subió al carro
cuando lo veníamos empujando!"

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Hijo pródigo



En un viaje, aquel señor acertó a pasar por la ciudad donde estudiaba
su hijo, al que estaba ansioso de ver después de tanto tiempo, y de
quien se sentía muy orgulloso.
Tomó un taxi para ir a visitarlo a la casa donde vivía junto a otros
compañeros. Llega a la casa y toca el timbre. Se abre una ventana del
segundo piso y asoma la cabeza un muchacho:
"Dígame, señor".
"¿Aquí vive Leovigildo Pérez?"
"Sí", responde el muchacho, "Ahí déjelo en la puerta, ahorita lo recogemos y lo metemos nosotros".

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Higiene



Una maestra les pide a sus alumnos que hagan un pequeño trabajo acerca
del higiene.
Luego, por lista, comienza a revisarlos:
"A ver Carlitos, ¿que escribiste?"
"Es importante lavarse las manos antes de cada comida."
"Bien Carlitos, a ver tu Susanita."
"Hay que lavarse los dientes por lo menos 3 veces al día."
"Correcto, Susanita. ¿Y tu, Pepito?"
"Maestra yo hice una composición acerca de la higiene."
"Muy bien, dila a la clase."
"Sobre una mesa hay una mosca en bata, al rato llegan 15 moscas en
bata, mas al rato hay 100 moscas en bata sobre la mesa, mas tarde hay
1000 moscas en bata sobre la mesa..."
"Un momento pepito ¿y eso que tiene que ver con la higiene???"
"Mucho maestra, no ve que mi composcicion se llama Combata las
Moscas."

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Hermanas gemelas



Dos amigos están en una fiesta bebiendo champán a más no poder, cuando
uno de ellos se da cuenta que se ha excedido en la bebida.
"Martín, creo que no voy a beber más, estoy totalmente mareado..."
"No exageres, ¡anímate, que la noche es joven!"
En eso se acercan dos señoritas a la mesa, con la particularidad de
ser ambas idénticas.
"¡Martiiiinnn!, ya no sé ni lo que veo. ¡Estoy totalmente borracho!"
Entonces, una de las señoritas le dice:
"No se preocupe, señor, somos hermanas gemelas."
"¡Ahhhhh! ¡Qué alivio! ¿Conque gemelas, eh? ¿Las cuatro?"

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Helado de ron con pasas



Un niño llega a una tienda y le pide al tendero:
"Señor, ¿me hace el favor y me da un helado de ron con pasas?".
"Tenga su helado, tenga su helado", le despacha el tendero.
A los 5 minutos:
"Señor, ¿me hace el favor y me da un helado de ron con pasas?".
Y así, continúa pidiendo varios, hasta que llegó el momento:
"Señor, me hace el favor y me da el mismo helado, o si no le parto el
vidrio de la vitrina".
"Usted, ¿qué está borracho o qué?"
"¡Ay! ¿Acaso usted nunca ha perdido un primero de primaria?"

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Hecho en México



Lo hecho en Mexico... está bien Hecho sólo en Mexico.
Sólo en Mexico... Una pizza puede llegar más pronto a tu casa que una
ambulancia.
Sólo en Mexico... En un restaurant la gente ordena sopes, gorditas,
quesadillas, hamburguersas y... refresco de dieta.
Sólo en Mexico... Las filas en las cajas rápidas del supermercado son
las más lentas.
Sólo en Mexico... Es más facil ser asaltado que conseguir trabajo.
Sólo en Mexico... Los indígenas hablan inglés, francés, italiano... y
no entienden una pizca de español.
Sólo en Mexico... Es más fácil encontrar un expendio de cervezas que
un policía.
Sólo en Mexico... Decir estupideces en TV te puede convertir en el
mejor conductor.
Sólo en Mexico.... Las cárceles están llenas al tope por un asesinato,
pero no está el que lo cometió.
Sólo en Mexico... Una cara bonita puede destrozarte los tímpanos, Sólo
porque decidió entrarle a la cantada.
Sólo en Mexico... El burro más burro y más inepto puede ganar más que
tu, tener mejor trabajo que el tuyo, mejor casa, mejor carro y mejor
vieja.
Sólo en Mexico... ¡VIVA MEXICO CAB..NES!

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Creacion del pene

Y siete fueron los sabios
que inventaron el pene
no quisieron ser injustos
con otro humano: el nene.
El primero fue también
el carnicero que dijo:
Yo les traigo el material.
y buscando halló un chorizo.
Segundo fue el carpintero
quien al notar su blandura
le incrustó una maderita
para que estuviera dura.
Y tercero llegó el sastre,
temiendo cometer furcio
pensó mucho en adornarlo
y le fabricó el prepucio.
Cuarta llegó una madre;
en su tarea: "una experta".
Puso leche, en el tubito,
que se sacó de la teta.
El valiente cazador
trajo un astracán de lejos...
se lo puso alrededor
y fabricó los pendejos.
Sexta llegó una monja
hermana de Apolinar
y bendijo: "-que esta cosa...
también sirva para mear".
Y, finalmente, una niña
que se las sabía todas...
apretó tanto el chorizo
que les fabricó dos bolas.

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Sexo y mentiras

- LA PRIMERA VEZ SIEMPRE ES MARAVILLOSA.
¿Y como fue vuestra primera vez? "Fue genial, súper bonita"... Y que
te lo diga uno vale ¿pero todos? Yo pensaba "debo de ser subnormal",
porque a nosotros se nos fue la luz, se nos rompió la cama, se nos
quemaron 5 preservativos con las dichosas velas, me pegó un tirón en
la nalga izquierda justo en el momento menos indicado, nos pilló su
madre... Y no me digáis que vuestra primera vez también fue genial,
porque la primera vez, siempre te pasa todo lo pasable... Es como si
te hubiesen echado una maldición. Por lo menos la mía... Y la vuestra
¿a que si?

- NADIE HACE EL AMOR CUANDO ESTA CON LA REGLA.
¿Alguna vez lo has hecho con la regla? "¿YOOOOOOOO? Por Dios, que
asco"... ¿Asco? No hombre no, si una vez que te pones ya es que ni te
acuerdas...En serio. Y vuelven a mirarte con cara de ¿Pero será
"cerda" la tía esta? Joer, y te dan ganas de decirle "pues no se si es
que yo soy muy cerda,o si es que tu eres demasiado fina, chica..."

- NADIE HACE EL AMOR EN SITIOS PÚBLICOS.
"Pues el otro día hicimos el amor en la playa"... ¿En la playa?
¿Estáis locos? ¿Había gente? ¿A que hora? ¿Y os vio alguien?... "Pues
mira, la playa repleta (parecía Benidorm), 5 de la tarde, 40
grados a la sombra... Y no, nadie se dio cuenta"... Y siempre te
saltan con un ¡¡¡pues me parece fatal!!! Oye, pues si te parece fatal
no "foll...", que a mi me da igual...

- LOS HOMBRES SIEMPRE CUMPLEN EN LA CAMA.
¿Y tu novio que tal se desenvuelve? ¡¡¡Genial, es un toro!!! ¿un toro?
Ahhhhh ¿Que tierno, no? Pero en el fondo pones cara de pringada,
porque oye, un toro no será tierno pero... Amos que tiene que ser la
"host..." ¿por que todos los que yo encuentro son corderitos? ¿Tendré
mala suerte? ¿me moveré por ambientes raros? O es que... ¿a ver si va
a ser que la gente exagera? Porque ya es mala suerte... O lo mismo es
que como todos los toros están pillaos, yo siempre pringo con
aprendices... No sep...

- NADIE PRACTICA EL SEXO ORAL.
¿y tu has practicado el sexo oral alguna vez? "¿YOOOO? ¡¡¡que asco!!!"
¿Asco?... Esta no sabe ni de lo que habla, asco, dice la tía... Y como
yo siempre digo: "en boca cerrada no entran moscas, pero poll... como
roscas" ¿o no?

- EL SEXO ANAL, NO SE PRACTICA
Y es que nadie sabría lo que significa sexo anal, si no fuese por las
películas porno (las películas porno, son esas que nadie ve... Pero
que todo el mundo sabe como son, porque se lo han contado, o porque
casualmente haciendo zapping hemos ido a parar al Canal + un viernes
por la noche...). ¿Tu has practicado alguna vez el sexo anal? "¿yo?
¿Pero me has visto cara de wuarra o que?" No oye, que era por
preguntar, por sacar un tema... Y a los pocos minutos te preguntan...
"¿Oye pero es que tu si?" ¿Yo? ¡¡¡pues claro!!! Y tu también, aunque
no me lo digas...

- LAS PELÍCULAS PORNO NO SE VEN EN ESPAÑA
Nadie, absolutamente nadie ha visto una película porno... Nadie...
Excepto yo, que debo ser rara, no se... El caso es que nadie las
ve, pero todos te dicen "si es que todas son iguales" ¿Ah si? ¿Y eso
como lo sabes? Hombre, lo supongo. "¿Es que tu las ves?" Pues mira,
aunque solo sea por curiosidad, si, alguna me he tragado... "¿En
serio?" Sips, te lo juro... "¿Que cerdada no?" Hombre, depende de como
te lo tomes, a mi me da la risa, pero oye, que cada uno es cada uno...

- EL SÁBADO ES EL DÍA NACIONAL DEL SEXO
Si, porque todo el mundo foll... el sábado... O eso dicen. Y yo
siempre me pregunto ¿seré una cochina? Porque a mi me apetece el
domingo, el lunes, el martes, el miércoles, el jueves, el viernes... Y
por supuesto ¡¡¡el sábado!!!. Otra cosa es que "lo haga", pero no son
falta de ganas... Pues no... No, no, no... Yo soy una obsesa (y mi
novio también, por cierto, porque le apetece las mismas veces que a
mi)... El caso es, que luego te vas un martes al campito y está todo
lleno de coches (que no están aparcados, porque cabezas hay, y
curiosamente, aparecen y desaparecen en las ventanillas, así como si
se estuviesen moviendo de arriba a abajo ¿alguien sabe a que juegan?
Yo sip...).

- NINGÚN HOMBRE SE CORRE ANTES DE TIEMPO
Yo debo estar gafada... Os lo juro... Porque si no, no me entra en la
cabeza... Y yo siempre pregunto ¿pero... nunca, nunca, nunca? "no, no,
mi pareja aguanta un montón"... Joer ¿Y como lo consigues? ¿Estas
segura de que le excitas? Es que no me entra en la cabeza...

- LAS HERMANAS PEQUEÑAS SIEMPRE SON VÍRGENES
Da igual la edad que tengan.. Todas las hermanas pequeñas de mis
amigos son vírgenes, aunque lleven con el novio 5 años, son vírgenes (la mía
también ¿eh? No os vayáis a pensar, que como alguien me diga que no,
me da un soponcio")... ¿Y tu hermana cuantos años tiene? "20..." ¿Y
tiene novio? "Si, desde los 16" Ahhhh, o sea que ya... ¿no? "Pues no,
mi hermana seguro que no, porque amos, me habría enterado" Ahhh ¿y tu
a que edad dices que perdiste la virginidad? "Yo...Pues...A los 14
años" Claro, tu a los 14, pero tu hermana como es gilipoll... la pobre
con 20 añitos ná de ná ¿no? Y una mierda!!!

- LAS MUJERES NO SE MASTURBAN NUNCA -
¿Oye tu te masturbas? Ante esta pregunta siempre obtenemos un rotundo,
apresurado y nervioso "¡¡¡NO!!!" Yo al principio me preocupaba, porque
las cosas no me encajaban del todo bien... ¿Seré una "salida"? ¿Estaré
enferma? Con el tiempo he descubierto, que simplemente, las mujeres
mienten. A veces incluso se ponen bordes... ¿Oye tu te masturbas? "¿Y
tu?" Yo si ¡¡¡que pasa!!! Y notas que los ojos se les agrandan, así
como diciendo con la mirada "¿será "warra" la tía?, que va y me lo
dice" Coñooo,no haber preguntado..

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Como ser un sirvenguenza con las mujeres

Contenidos

1 PRINCIPIO Y JUSTIFICACIÓN
2 EL SINVERGÜENZA EN LA HISTORIA.
3 LECCIÓN PRIMERA. QUE ES LA MUJER?
3.1 PSICOLOGÍA Y OROGRAFÍA
4 LECCIÓN SEGUNDA: COMO ELEGIR PIEZA
5 LECCIÓN TERCERA: EL MÉTODO PERFECTO
6 LECCIÓN CUARTA: EL SEGUNDO MEJOR MÉTODO
7 LECCIÓN QUINTA: EL MÉTODO DIRECTO
8 LECCIÓN SEXTA. EL MÉTODO MAS ANTIGUO: EL PALEOLÍTICO
9 LECCIÓN SÉPTIMA. EL MÉTODO MAS SEGURO: "A LA GANDOLA"
10 LECCIÓN OCTAVA: MÉTODOS EXTRAÑOS
10.1 EL MÉTODO FELIPE
10.2 EL MÉTODO ONÍRICO
10.3 EL MÉTODO DE LAS ESQUELAS.
11 LECCIÓN NOVENA: UN POCO DE SERIEDAD
12 LECCIÓN DÉCIMA. HOLA Y ADIÓS
13 ANEXO I: EL DESNUDO Y EL SINVERGÜENZA
14 ANEXO II: FEMINISTAS Y POLITIZADAS
15 ANEXO III: PESE A TODO




Chapter 1
PRINCIPIO Y JUSTIFICACIÓN
Eran las nueve y media de agosto o, para ser precisos, de una noche del mes de agosto. Felipe, Jorge y yo acabábamos de salir del gimnasio, de una sesión de karate en la que el profesor nos había demostrado, de palabra y de obra, cuánto nos faltaba para llegar a maestros.

Aceptablemente apaleados, decidimos llegar hasta una playa cercana a procurarnos cualquier anestésico en vaso para combatir los dolores físicos y morales y, de paso, disfrutar del clima, de la flora y de la fauna.

Yo era entonces -y aún se mantiene la circunstancia- el mayor de los tres y, por lo tanto, el experto. Además, después de hora y media de karate me sentía por encima de las pasiones humanas o, mejor dicho, por debajo de los mínimos exigibles para cualquier hazaña.

Nos estábamos en la barra, rodeados de cerveza casi por todas partes, cuando llegaron dos inglesitas, jovencísimas aunque perfectamente terminadas para la dura competencia de la especie. Felipe y Jorge sintieron pronto el magnetismo y, cuando vieron que ocupaban una mesa solas, saltaron hacia ellas entre cánticos de victoria y ruidos de la selva.

Las muchachas, que sin duda habían oído hablar de los latin lovers y otras especies en extinción, les acogieron, se dejaron invitar y mantuvieron una penosa conversación chapurreada.

A distancia, yo vigilaba la técnica de mis amigos. ¡Bah! Todo se reducía a ¿de dónde eres?, ¿cuándo has llegado?, ¿qué estudias? y ¿te gusta España? Se me escapaba cómo pensaban seducir a las chicas con semejante conversación.

Gracias a la distancia -y, quizá, a la cerveza que seguía rodeándome observé que las extranjeras estaban repletas hasta los bordes de los mismos pensamientos que mis amigos: cuatro personas, como aquel que dice, pero una sola idea: ¿Cómo hacer para tener una aventurita?

Como yo, gracias al karate, había dejado atrás toda humana ambición, concluí mis observaciones con una sonrisa de suficiencia y me puse a pensar en algunos graves misterios de la vida. ¿Por qué, por ejemplo, las personas que quieren lo mismo, y lo saben, en lugar de manifestarlo a las claras, se ponen a hablar del tiempo? ¿Un exceso de lecturas de Agatha Christie?

Quince minutos después se me acercó Felipe: había constatado -o lo que él hiciera creyendo que constataba- que las cosas no iban bien. Habían pegado la hebra, pero más allá no sabían ir. Felipe acudía por si yo, que era el mayor, tenía alguna sugerencia que mejorara la situación.

-Muérdele la oreja. -dije, cediendo a una inspiración transitoria.

-¿A cuál?

-A la morena que no lleva pendientes, no sea que te partas un diente. Arriba, no; en el lóbulo.

Sin embargo, mi ocasional alumno no estuvo a la altura. Avanzó varias veces hacia el objetivo. En una de ellas hasta abrió la boca, pero acababa siempre retirándose hasta sus posiciones anteriores. Estaba claro que le fallaba el valor.

Diez minutos más, durante los que Felipe sufrió bailando entre el sí y el no, y se me acercó:

-No me sale. -gimió.

-Es bien fácil: pones la boca a la distancia oportuna y muerdes. Si el pelo te estorba la maniobra, lo apartas delicadamente con una mano.

Felipe, a aquellas alturas, dudaba ya de mi capacidad como profesor. Dudaba mucho.

-Es más fácil decirlo que hacerlo.

Aunque seguía por encima de las pasiones humanas, decidí actuar para demostrar la verdad de mis tesis y para preservar mi fama de cualquier mácula. Había que descubrir a la humanidad que el camino para llegar a aquella inglesita morena pasaba por el mordisco en la oreja.

-My friend Arthur. -dijo Felipe, mostrándome.

Sonreí a mi víctima, me senté a su lado y pregunté si alguien quería volver a beber: la cortesía me exigía no morder sin antes convidar. Después dirigí mis ojos a los de la chica y puse la mirada más ardiente que encontré en el almacén. Luego, ante la expectación de mis amigos, pronuncie unas sentidas palabras:

-Tienes el cuello muy bonito.

-Gracias.

Aparté el pelo que rodeaba su oreja derecha y, con una sonrisa de triunfo, se la mordí. La muchacha, sorprendida o no, se estuvo quieta, sin alborotar. Volví a morder, aprovechando las facilidades y, para demostrar mi éxito, repartí unos cuantos besos aquí y allá.

Mis amigos tomaron buena nota y, después de llevar a las chicas a sus casas y citarse con ellas, me expresaron su admiración:

-¡Qué tío! Lo que sabes.

¿Y si de verdad sé algo?, me dije. ¿No sería una lástima que estos conocimientos se perdieran para las generaciones futuras? Así es como nació el proyecto de este libro de enseñanza y, como hombre agradecido, guardo un recuerdo para la oreja de una desconocida que jamás volví a ver.

Cuando llegó la hora de la siguiente cita, mis amigos partieron como un viento del norte: silbando.

-¿No vienes?

-Tres entre dos. -advertí- Id vosotros.

Por la mañana supe que las cosas habían ido relativamente bien y que, más o menos, estaban emparejados para los próximos doce días.

-Fulanita -me dijo Felipe- no ha dejado de preguntar por ti. Fulanita es la de la oreja.

Y siguió preguntando por mí hasta que tomó el avión para su Patria. Seguramente fui el primer hombre que le mordió la oreja. Nunca se sabe qué puede hacer mella en el espíritu de una mujer pero, sin duda, los mordiscos en la oreja son una poderosa herramienta.



NOTA BENE
Cada maestrillo tiene su librillo y cada sinvergüenza su Enciclopedia Espasa. Aquí vamos a hablar de una clase de sinvergüenzas, los conquistadores con o sin éxito, incluidos en el viejo arquetipo español del Don Juan. No hablaremos de otros sinvergüenzas más peligrosos, del ladrón al falsario, ni de los canallas que pegan a las mujeres o las explotan, ni de los locos que se dejan pegar por ellas, ni de la enorme variedad de depravados en cuya fabricación parece estar especializándose nuestra codiciosa sociedad.

Los sinvergüenzas objeto de este estudio, al lado de tantos otros, son unas almas de la caridad y, salvo en algunos aspectos, unos caballeros, amantes admiradores de la belleza y algo obsesivos cazadores de la mujer. Claro que la caza de la mujer sólo es el paso obligado para cumplir con el mandato bíblico: creced y multiplicaos.

¡Ah, ¡la multiplicación! Una de las operaciones que más tinta ha hecho correr y que más ha entretenido al ser humano hasta el invento y difusión de la televisión. Millones de años después de descubrirse la multiplicación de la especie, sigue teniendo atractivo.

¿Quién no ha visto, en las proximidades de alguna playa mediterránea, a una rubita conduciendo una vespa rosa y ha pensado "Señor, señor"? Pues el sinvergüenza del que tratamos es el que no piensa "Señor, señor". El va y actúa.



Chapter 2
EL SINVERGÜENZA EN LA HISTORIA.
Para que nadie sienta complejos, dado lo arduo de la empresa de ser un buen sinvergüenza, conviene dar un repaso rápido a la historia: alivia a la moral que titubea.

Zeus era un sinvergüenza. No les digo más. Con aquellos fantásticos poderes y una imaginación desbordada, tan pronto se hacía pasar por cisne como por toro o por lluvia, y había pocas mortales seguras cuando l rondaba por las cercanías. Un maestro.

Con esto queda desmentido el viejo tópico sobre el oficio más viejo del mundo: primero, el sinvergüenza; después, lógicamente, la mujer engañada que, por solidaridad, va reuniéndose en casas a tal propósito.

Sin salir de la vieja Grecia, cuna de nuestra cultura occidental, práctica y discutidora, los sinvergüenzas se nos presentan a cientos. Divinos, como Marte, Apolo y Pan. Heroicos, como Teseo, que engañó miserablemente a Ariadna, o Jasón con su historia de Medea. El mismo Edipo nunca se quedó atrás. O sinvergüenzas simplemente humanos, como Alejandro, especialista en princesas.

Quizá el más famoso de estos últimos fue Paris que, al raptar a Helena, hizo posible uno de los más hermosos poemas épicos de la historia. Es probable que la gran abundancia de sinvergüenzas obligara a las mujeres a organizarse en corporaciones de amazonas que, de todos modos, no salvaron a Pentesilea de su cruel destino.

Ulises, el más sagaz de los griegos, tuvo sus aventurillas con Circe y con Nausikaa, y las hubiera tenido con las sirenas si su precavida tripulación no le hubiera atado convenientemente al mástil de su barco. Aquiles mismo, tan fuerte e invulnerable, tonteó con Briseida, aunque también con Patroclo.

El mundo antiguo parece haber sido un hervidero de sinvergüenzas, de Herodes a Ovidio, desterrado por golfo al Ponto; de César a Calígula o de Marco Antonio a Tiberio. Petronio, gran cronista y sinvergüenza él mismo, nos habla del banquete de Trimalción: pues Trimalción, que era muy parecido a un personaje de nuestra jet-set, comía aparte. Créanme: una fiera.

En la Edad Media el sinvergüenza se refugia en la nobleza y en los estudios, llegando incluso a la santidad, tal como le sucedió a San Francisco de Asís. Nos han quedado vestigios en verso de las hazañas de los goliardos, y no son de despreciar las barbaridades que cometió Villón, con envidiable despreocupación. También tenemos la constancia de cómo los nobles se las apañaron para hacerse con el derecho de pernada, aunque para ejercitarlo no hacía falta más talento que ser señor de un buen puñado de siervos y de siervas de la gleba.

Nuestro Arcipreste de Hita, Ruiz, hacía de las suyas y lo ponía en verso para mejor conservarlo en la memoria: don Carnal y doña Cuaresma le apretaban. El mismo López de Ayala parece que no paraba de perseguir serranas aquí y acullá, aunque no despreciaba a las pastoras, a las que deleitaba con cultísimos versos que debían provocar no poco desconcierto entre aquellas analfabetas.

El Renacimiento mismo alborea con obras como el Decamerón de Bocaccio y los Cuentos de Canterbury de Godofredo Chaucer, a través de los que se consigue una clarísima visión de cómo se las apañaban los sinvergüenzas de aquellas sociedades artísticas pero poco tecnológicas.

Para atenernos a España, ¿se puede o no llamar sinvergüenza a Don Rodrigo, Cava arriba, Cava abajo, hasta que provocó la invasión musulmana y se dio cuenta de que ya no poseía una villa que pudiera llamar suya? Cuentan que Felipe IV, para entretener la soledad del mando, abría butrones en los muros de los conventos para capturar monjas de buen ver. Carlos I tuvo tres esposas, pero no sólo a ellas: era un hombre a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento. ¿Y Alfonso XII y sus salidas de tapadillo? ¿Y la desmedida pasión por las señoras que sentía el doctor Negrín?

La lista sería imposible: Hernán Cortés con La Malinche. Calixto con Melibea; los Amantes de Teruel, cada uno con el otro; Don Juan con Doña Inés y otras muchas; el poeta Espronceda, con su Teresa portuguesa, parece que fue un romántico con mucho éxito. ¿Y Godoy?

Nuestra misma actualidad parece estar llena de personajes importantes que sinvergonzonean con mayor o menor fortuna, desde la empresa pública o desde la privada; desde la poltrona o desde la Costa del Sol.

Por eso extraña, con tanto ejemplo real, que uno de los arquetipos españoles se haya fijado en un personaje de ficción: Don Juan Tenorio, también llamado, algo antes, el Burlador de Sevilla. Cierto que Tenorio parece haber existido, pero su fama es pura ficción.

¿No será que, más que a la imagen del conquistador, nuestro arquetipo responde a la figura del que se imagina serlo y cuelga carteles con sus hazañas? Y, por otro lado, en una tierra a la que tantos acusan de ser famosa por su implacable represión, ¿cómo es posible que uno de los héroes nacionales sea el don Juan, que poco reprimido ha estado en los últimos quinientos años?

¿Cómo es posible que una de nuestras obras cumbres del teatro renacentista y de toda nuestra literatura sea la vida y muerte de una alcahueta, la Celestina, y los desaforados amores de Calixto y Melibea, nada puros ni inhibidos, por cierto?

En España los sinvergüenzas con las señoras gozan de un extraordinario cartel, incluso entre ellas. Se les admira, y no en secreto sino a voces, desde los escenarios. Recuerden el prolongado éxito de la obra de Alfonso Paso Enseñar a un sinvergüenza. Algo hay.

Hasta los más despiadados enemigos de Don Alfonso Guerra, después de propinarle una crítica demoledora en su tertulia, vacilan un momento y le dan un punto positivo: Sí, pero hay que ver cómo se le dan las señoras. En cambio, en tierras tradicionalmente menos reprimidas, estas cosas pueden costar un ministerio o la candidatura a la presidencia de los Estados Unidos o a la del Tribunal Supremo de la misma nación.

En otros lugares, más influidos por la moral calvinista que equipara la riqueza a la bendición de Dios y por ella mide el éxito humano del individuo, acumular dinero es garantía de una vida feliz y admirable. Aquí, con razón o sin ella, se admira más al Don Juan que al Don Juan March, y el triunfo es más hermoso y envidiable medido en señoras que en pesetas.

Aplíquese el lector porque ser un sinvergüenza ayuda a triunfar, siempre que uno no descienda a la categoría de canalla. Hay que tener estilo. Sobre todo, estilo. Un sinvergüenza que acepta de las señoras algo más que su cuerpo, acaba recibiendo feos sobrenombres.

Un amigo mío, un gran muchacho lleno de vida y de alegría, después de muchos problemas con las chuletas, consiguió ser médico ginecólogo. Salvo ocasionales correrías en los cotos de enfermeras, no se le podía acusar de nada al pobre hombre. Al contrario: era un tímido que sólo reaccionaba cuando la mujer se le había insinuado diez o doce veces o se lo pedía a las claras.

Medico a fin de cuentas, pronto descubrió que con su sueldo de la Seguridad Social nunca sería un ciudadano de importancia, y decidió abrir una consulta particular. Al cabo de dos meses tuvo que enfrentarse a la cruda realidad: las señoras no acudían a la consulta y, la que iba, no volvía jamás.

Parecían preferir a un médico próximo a la jubilación, desatento siempre, que las trataba a gritos en muchas ocasiones. Además, semejante ciudadano no se había puesto al día en su materia durante los últimos cuarenta años. Mi amigo, en cambio, estaba a la última, leía revistas y disponía, además, de una consulta con aire acondicionado.

-Quizá si me dejo la barba parezca más respetable.

Le mire, tratando de hacerme cargo de su problema. Tenía cara de buen chico, de esos que dan un rodeo para no pisar a una hormiga.

-A lo mejor se han enterado de lo que me pasó con aquella enfermera. -murmuró- Siendo ginecólogo, estas cosas son muy delicadas.

-No sé -confesó- Nunca me ha atendido un ginecólogo e ignoro lo que las pacientes esperan de él.

Acudí a una de mis más antiguas amigas, a la que había tenido el placer de engañar varias veces sin resabiarla, y le pedí que fuera a la consulta a que le hicieran un buen reconocimiento. Luego me informó:

-Parece muy meticuloso. Sólo te toca cuando es estrictamente necesario. Pero...

El pero era lo que me interesaba:

-No me gustan los médicos que se ponen nerviosos cuando me ven desnuda.

-¿Se pone nervioso?

-Y colorado. Tiembla. Le tiemblan las manos, los ojos y la voz. Parece un gusano con problemas: no se atreve a mirarte de frente cuando estás sin ropa.

-¿Y eso es malo?

-Malísimo.

No tenía más remedio que confiar en la palabra de mi amiga. Si las mujeres reaccionaban así ante la timidez de su médico, el mío estaba perdido. Necesitaba una intensa campaña de imagen..

-Mal te veo. -le dije.- Eres demasiado correcto y educado y no miras de frente a tus enfermas.

-Lo hago para no ponerlas nerviosas. Si tú estuvieras enfermo y desnudo en mitad de una habitación desconocida, ¿te gustaría que una mujer te echara miradas descaradas?

-Ni descaradas ni de las otras. Eso no me lo dejo hacer. Ni siquiera le enseño la dentadura a la enfermera de mi dentista.

Comprendía los reparos del médico y comprendía los reparos de mi amiga. Estábamos frente a un caso de incompatibilidad moral, de manera que dediqué al problema mis más potentes pensamientos:

-Vas a tener que dar un escandalazo. -dije al fin.

-¿Estás loco? ¿Crees que un ginecólogo puede hacer esas cosas sin caer en la miseria? ¿Qué mujer iría a mi consulta?

-¿Qué mujer va?

Era un pobre antiguo y había que tener paciencia con él, pero, por más que se lo explicaba, se negaba a entender que la sinvergonzonería produce beneficios en nuestra tierra. Buena imagen.

-Mañana, muy tranquilo, le metes mano a la primera enferma que te entre en la consulta.

-Ni hablar. Yo no puedo hacer eso.

-Con un poquito de coñac, sí. Te va en ello el futuro.

-Me dará una bofetada.

-A lo mejor.

-Y, si está casada -insistió él, muy optimista-, vendrá su marido con una pistola.

-Lo dudo mucho. Si tiene un marido capaz de agarrar una pistola, también debe de ser capaz de darle una paliza a ella y, en ese caso, no se lo dirá.

-Pero, el Colegio de Médicos...

-Oye: si no se lo dice al marido, menos al colegio de médicos. Lo que hará será contárselo a sus amigas; a lo mejor presumiendo. Y eso es lo que queremos.

-¿Lo queremos?

-Sí. Tú mañana le metes mano a una. Que note bien que te recreas en la suerte, aunque no digas una palabra. Que no se pueda confundir sobre tus intenciones. Nada de toquecitos profesionales: al bulto.

-Me moriré de vergüenza.

-Bueno, pero después.

Trabajaba por la mañana en la Seguridad Social y, por la tarde, abría la consulta. Cominos juntos o, mejor dicho, comí yo preocupándome de que él se anegara en vino. Luego, las copas del café.

-¿Cómo va ese espíritu?

-Por debajo de la superficie desde hace rato. Creo que se me ha ahogado.

Le ayudé a ponerse la bata y le empujé a su despacho. La primera enferma, ni guapa ni fea, salió media hora después, mostrando unos saludables colores. No pálida de ira.

-¿Qué? -le pregunté.

-¡Uf! Me miraba de un modo...

-¿Qué ha dicho?

-Nada. Como si no lo notara.

-Esto va bien. Mira: para asegurarnos, aplícale el mismo tratamiento a la segunda.

En realidad, aquella tarde había bastantes clientes y mi amigo ginecólogo no dejó escapar a una sola sin su ración. Iba cogiéndole gusto.

-No está tan mal. Si mañana no estoy detenido, quizá abra un poco antes y...

-Ni hablar: han sido ocho visitas. Tendrás que esperar al mes que viene.

La voz se corrió. Y la voz decía que mi amigo era un buen médico, pero algo aprovechado. Desde entonces, su consulta empezó a prosperar y las enfermas, cuando le veían enrojecer y temblar, lo achacaban a la dificultad para reprimir sus poderosos deseos.

Hoy es un médico de éxito gracias a su falsa fama de sinvergüenza.

Con este ejemplo se quiere indicar al aprendiz que los estudios que inicia en la página siguiente no son un lecho de rosas: es muy difícil entender a las mujeres y, más todavía, sacar partido de lo poco que los hombres hemos averiguado de ellas al cabo de diez mil años de observaciones entusiastas.

Las siguientes lecciones darán una orientación sobre los mejores métodos para sinvergonzonear, pero, como se insistirá a lo largo del libro, todo es relativo con ellas. Todo menos una cosa: para ser un buen sinvergüenza hay que esforzar mucho el corazón. Y no ser un don Juan. Nada de presumir. La clave está en que sean ellas las que hablen de ti. Entre ellas.



Chapter 3
LECCIÓN PRIMERA. ¿QUE ES LA MUJER?
Un poeta tendría mucho qué decir si se le diera la oportunidad con esta pregunta. También un tocólogo y, sin duda, muchos recién casados se desatarían en cánticos, inspirados por la ceguera temporal de su situación.

Pero para llegar a ser un sinvergüenza aceptable hay que rechazar los cantos de sirena y, siempre que la configuración psicológica lo permita, atenerse a la más estricta realidad. Por ejemplo, a todos nos consta que las mujeres tienen alma, pero, ¿qué puede hacer un sinvergüenza con el alma de una mujer? ¿Ponerla en una repisa y contemplarla?

Tome nota el aprendiz: Eche un velo sobre el alma de la mujer.

Una poderosa corriente de opinión insiste en la inteligencia de la mujer. Es temible. Cuando come una manzana -señala la corriente- se las arregla para que alguien la coma con ella. Cuando decide que su marido se tire por la ventana, apunta el tópico, lo mejor es vivir en una planta baja.

Pero, ¿qué puede hacer un sinvergüenza, aun uno modesto, con la inteligencia de una mujer? ¿Pasarse la vida suministrándole libros que la alimenten? ¿Emplearla como contable? ¿Y eso no sería una condenada forma de desaprovechar a la mujer en cuestión?

En otras palabras: el sinvergüenza, si tal es su capricho, puede reconocer el alma y la inteligencia de la mujer, especialmente para descubrirlas a tiempo y resguardarse. Pero el sinvergüenza debe abstenerse de ver a la mujer bajo ese aspecto y, como ya se ha dicho, debe limitarse a lo más material de la persona: a cuanto se puede tocar o palpar.

Digan lo que digan algunas feministas embravecidas, una mujer es un ser maravilloso que puede distinguirse por su rostro lampiño y suave, por sus cabellos largos, en muchos casos teñidos, por su cuello delgado sin nuez y, navegando de norte a sur ojo avizor, por un sinfín de detalles que, tras una severa inspección, no dejarán lugar a dudas.

Para los más distraídos, he aquí una regla de oro: es el ser más parecido al hombre de los que se ven en la naturaleza. Anda erguido, aunque con una ondulación muy peculiar, y habla. Habla mucho y la opinión más extendida es que lo hace para expresar pensamientos.

Por lo demás, Dios ha puesto en ella el don más poderoso de la tierra: la belleza. Cierto que hay mujeres feas, pero nunca tanto como un hombre.



3.1 PSICOLOGÍA Y OROGRAFÍA
a) PSICOLOGÍA
Muchos varones darían un brazo por desentrañar la psicología de la mujer; unos con fines estrictamente científicos y otros, los más, con intenciones lúdicas. Ojo: lúdico y lúbrico se parecen, pero no son lo mismo.

Al aprendiz de sinvergüenza le conviene saber que cada mujer es distinta pero, en conjunto, son muy parecidas entre sí. Su anatomía les impone unas pautas de conducta, y sus glándulas, otras. Como todas tienen anatomía y glándulas, de ahí las semejanzas.

Si uno persiste en ver a una mujer como a un individuo aislado, alguien llamado María o Sandra, jamás entenderá su alma. El aprendiz de sinvergüenza debe sacar factor común y atender solamente a la psicología que todas comparten.

Por ejemplo: ¿Qué es lo que hace que las mujeres lleven faldas? El convencimiento de que sus piernas son atractivas.

Pero, entonces, ¿qué es lo que les induce a vestir pantalones? Lo mismo: el convencimiento de que sus muslos o sus caderas merecen especial atención.

Ya tenemos uno de los rasgos característicos de la psicología de la mujer: la intención, consciente o inconsciente, de captar la atención tanto de los hombres como de las otras mujeres. En otras palabras: la mujer lucha por diferenciarse como individuo, pero para diferenciarse, curiosamente, resalta lo común a todas las mujeres: su especial estructura mortal.

El futuro sinvergüenza no debe caer en esta trampa. Una mujer es siempre una mujer. No debe meterse en ningún otro vericueto psicoanalítico: a todos los efectos, sólo le interesa saber si sí o si no.



NOTA ERUDITA
Si el sinvergüenza en ciernes quiere, sin embargo, una visión más seria, le conviene saber que, según JUNG, muchas mujeres pertenecen al tipo INTROVERTIDO SENTIMENTAL

¿Qué es eso? Pues personas con los siguientes rasgos: es dificilísimo captar sus sentimientos, aunque los tienen. Una esfinge: cerrada, silenciosa e inaccesible. Todo en ella se desarrolla en lo profundo. Lleva una máscara de indiferencia y sus actos suelen obedecer a emociones cuidadosamente ocultas. Parece tranquila y poco desconfiada. Despierta simpatías, sobre todo cuando enseña los muslos. Ninguna emoción se manifiesta al exterior, pero su interior hierve en pasiones.

Pero, cuidado. Dos aclaraciones: no todas las mujeres son así y, por supuesto, las que lo son, lo son mientras no cogen confianza con el hombre. Luego sí se le manifiestan. Y con exigencias.



LO FUNDAMENTAL
Lo fundamental de habernos asomado al pensamiento de un tipo tan prestigioso como Jung estriba en tomar buena nota de algo muy común a todas las mujeres: Son sentimentales. Usan y abusan de la imaginación y, hagan lo que hagan, son muy capaces de tener media mente, o tres cuartos, absorta en sus fantasías. No exteriorizan sus verdaderos sentimientos ni sus deseos ocultos (sobre todo al hombre) y hierven en pasiones, pero en el interior.

El sinvergüenza debe apañárselas para sacar fuera esas pasiones y ver qué puede hacer con ellas.



MUCHOS MÉTODOS DE CLASIFICACIÓN
Al llegar aquí, el estudioso de sinvergüenza ya habrá descubierto, con horror, que la cosa es difícil y quizá esté pensando en cómo echar en un diván de psiquiatra a cada señora para, en tal posición, escarbar en su mente. Cuidado: si a una señora tumbada en un diván se le intenta escarbar la mente, suele ofenderse: ella muy probablemente haya consentido en tomar tal posición bajo otras expectativas.

A la mujer, como se ve, se la puede clasificar siguiendo multitud de criterios. Rubias, morenas y pelirrojas, por ejemplo. Los exigentes pueden añadir un cuarto grupo: el de las castañas. El hombre normal suele tener su tipo ideal y en él ocupa lugar preeminente el color del pelo, la capa. Pero el buen sinvergüenza, si quiere triunfar en su difícil empeño, debe olvidarse de ideales y arquetipos.

Rubias, morenas, castañas y pelirrojas, todas son mujeres y no es justo discriminar. Discriminar conduce al enamoramiento y un enamorado no puede ejercer de sinvergüenza hasta que se le pase.

Mejor es, pues, dividir a las mujeres en guapas y feas. Descartadas las feas, las guapas pueden ser delgadas o llenitas, altas o bajas, simpáticas o ariscas.

Todas las guapas saben que lo son, y muchas feas también: "Sí, sí, la nariz, pero, ¿qué me dices de estos ojazos?"

Pero, aunque sepan de sobra cuanto se pueda saber sobre su propia belleza, no tienen jamás reparos en que se lo comuniquen como descubrimiento reciente. La única objeción puede venir de cómo se les indique lo guapas que son, pues no es lo mismo exclamar con voz enronquecida y con los ojos fijos en sus pupilas:

-¡Cielos, qué hermosa eres!

que darle un azote y gritar:

-¡Qué buena estas, cordera! o cualquier otra muestra de populismo romántico.



EL MEJOR
Suponiendo que el aprendiz de sinvergüenza sepa distinguir entre guapas y feas por sus propios medios, de la psicología de las guapas sólo le interesa una cosa: Sí o No. Existen las mujeres que sí y existen las mujeres que no.

Es obvio dedicarse a las que sí y dejar en la reserva a las que no, hasta que se haya adquirido experiencia. A la larga, el sinvergüenza bien entrenado prefiere cometer sus sinvergonzonerías con las mujeres que no, ya para ir superando los retos de la naturaleza, ya para recrearse en lo difícil.

Porque todas las mujeres son que sí, salvo que exista un verdadero impedimento físico, como haber perdido la mitad del cuerpo o estar enfundada en una sólida escayola. Este hecho, conocido de antiguo por los expertos, se basa en que la mujer es también un ser humano, sexuado y sometido a las idas y venidas de la sangre, a la primavera y a la imaginación.

Por prudencia, y por un mínimo de moral que el buen sinvergüenza debe conservar para ser distinguible de los buitres, hay que descartar a las mujeres menores de 16 y mayores de 70 y, por supuesto, a las casadas.

Pero, ¿y si las casadas no le descartan a uno?, puede decir el aprendiz, impaciente.

Valor, mucho valor. Apretar los dientes y sufrir como un hombre. Últimamente parece haber descendido el número de crímenes pasionales cometidos por maridos con la mosca detrás de la oreja, pero siguen existiendo.

-¿Y si me arriesgo a todo? -puede insistir el novicio de sinvergüenza.

Mire: el marido tarda, pero siempre se acaba enterando. Y, si no, la mujer se encarga de advertírselo en muchos casos. Para fastidiarle a él y a usted. A las mujeres, en lo más hondo de su silenciosa imaginación, les encanta que los hombres luchen por ellas. Es la voz de la selva. Queda usted advertido.



NO TENGA REPAROS
Otro tipo de aprendices, con menos osadía, pueden sentir la sensación de asomarse a un abismo: son muchos años de respetar al ser humano y otros tantos de admirar la belleza femenina, tan rotunda y, a veces, tan sutil, casi espíritu.

¿Cómo puedo ser tan cínico? ¿Cómo puedo hacerme a la idea de que tanto da una como otra?

Llegado aquí, pregúntese si tiene vocación de hombre enamorado. Si, por el contrario, sólo es enamoradizo, olvide sus reparos. ¿No ha oído jamás a una mujer decir "todos los hombres son iguales"? No es cierto, pero casi todas lo creen. También les habrá oído eso de que "los hombres sólo pensáis en lo mismo". Ellas, más, pero a su estilo.

Así que métase esto en la cabeza: no hay mujer que pueda ser engañada en las artes amorosas en este Siglo XX- Cambalache. Consienten porque quieren. El buen sinvergüenza sólo hace una cosa: darles la oportunidad que ellas han imaginado mil veces.



b) OROGRAFÍA
Ya comprenderá que no se habla de verdadera orografía, pero la mujer es, además, un símbolo, la tierra nutricia, y, como tal, tiene accidentes naturales: colinas, valles, desfiladeros y hasta terremotos y volcanes. La forma en que tales accidentes están distribuidos es lo que anima la actividad.

Para despejar el terreno, hágase una pregunta íntima: ¿Qué parte de la mujer mira primero? ¿La cara? ¿El pecho? Si viste pantalones, ¿el pubis, por así decir? No venga ahora con melindres: usted lo sabe y tiene más de un noventa por ciento de probabilidades de mirar, precisamente, el dichoso pubis.

¿Por qué? Porque ahí reside una poderosa diferencia, ¿no? Una misteriosa diferencia, además.

Tranquilícese: la mujer mira también en la misma dirección, aunque usted no lo vea. Es muy difícil averiguar si una señora mira o no, salvo en el caso de que ella quiera que usted lo sepa.

Parece ser que la especie humana, frente a otras que prefieren el olfato a pesar de ser más engorrosa la maniobra, lanza periódica y automáticamente miradas de reconocimiento. Los individuos, involuntariamente, necesitan saber si lo que viene es macho o hembra para actuar de un modo u otro. Para tal descubrimiento, el punto clave es el pubis, como decíamos: una prueba irrefutable hasta hace pocos años. Si las dudas persisten, se explora el pecho. Vivimos en una permanente búsqueda de señales sexuales y ni los más avezados sinvergüenzas escapan por las buenas al método natural.

Pero deben hacerlo. A lo largo de los milenios no hay parte propia que la mujer no haya enseñado u ocultado celosamente, siempre con el proyecto de captar la atención del macho cazador.

En esta poca tan especial, la mujer tiende a enseñarlo todo para que cada cual saque sus conclusiones sobre la mercancía. Y, en el fondo, cuanto más se desnuda una mujer, más se oculta en el interior de su cuerpo, donde es fama que halla compañía en sus pasiones profundas y en su imaginación. La desnudez pública no deja de ser un vestido más (vaya al Anexo I), una forma de emitir perturbadoras señales sexuales que llamen la atención de los más receptivos. Luego, nada, claro: el desnudo es un vestido psicológico.

Dentro de pocos años, las mismas que ahora se pasean -en verano vestidas de brisa, pueden ir cubiertas del cuello a los tobillos y pasar el tiempo criticando la desvergüenza de las más jóvenes. Pero en ningún caso por motivos morales, como tampoco se exhiben hoy por pura inmoralidad. El sinvergüenza debe sacar de todo esto una simple observación: todo en la mujer es relativo, incluidos el amor y el desamor.

Sólo hay una parte que la mujer jamás ha cubierto: los ojos, las puertas del alma. Cierto que el alma femenina no le sirve para nada al sinvergüenza, pero los ojos, sí. Es muy probable -pero no seguro- que la mujer-tipo piense que los ojos son su parte más elevada y espiritual, donde residen y se exhiben su ingenio y sus sentimientos más hermosos.

De hecho, los enmarca, los colorea, los resalta para atraer sobre ellos las miradas. Pese a todo, sabe perfectamente dónde van los primeros golpes de vista varoniles: unos cuatro palmos más abajo.

Pues bien: el buen sinvergüenza, en contra de su arraigado instinto, no debe mirar donde todos y sí a los ojos de la mujer, a uno y a otro, haciéndolo, además, con intensidad no exenta de lujuria. Ha de usar una mirada que se parezca lo más posible a esta frase: "Te miro a los ojos con la misma intención que te miraría el pubis, por así decir, porque tus ojos son más reveladores aún y están más desnudos". Si esto sucede en una playa nudista, el efecto es aún más halagador para la señora o señorita.

De toda la extensa orografía a la que venimos haciendo referencia, la mirada al ojo produce excelentes dividendos porque dispara la imaginación latente de la hembra, capaz de haber construido una novela de amor, serie X, tres pasos después de haberse cruzado con el sinvergüenza experto en miradas que abrasan.

De todos modos, la mujer puede agradecer, con rubor o sin él, que se la mire en cualquier zona y más en aquellas de las que se siente orgullosa, que son, normalmente, las que más hace resaltar con su atuendo o su maquillaje. Si lleva el pelo largo y suelto, se trata del pelo; si luce grandes pendientes, las orejitas; si lleva escote, el cuello y el pecho; si enseña la barriga, la cintura o el ombligo. Ante la duda, mirar todo varias veces, dejando claro que se disfruta con intensidad en tanto queda uno sumido en la admiración.



ALGO MAS INTENSO AUN QUE LA MIRADA
La mirada puede transmitir una intensa radiación erótica y convertirse en una especie de semáforo que indique a la mujer que, de desearlo, puede satisfacer su imaginación oculta con el centro emisor, siempre que la mirada no sea sumisa ni de carácter estético, sino un catálogo de emociones fuertes, cuanto más primarias, mejor.

Pero hasta las miradas más ardientes palidecen ante los potentes efectos de la palabra, que es cosa mucho más íntima. Tras mirar los ojos femeninos, nada mejor que hablar de ellos a la propietaria, evitando, eso sí, las preguntas metafísicas tales como ¿de dónde te has sacado esos ojazos?

-¡Qué ojos tan maravillosos!

-¡Qué color tan increíble!

-¡Qué luz!

No tenga reparos. Una mujer normal es capaz de creer que tiene cualquier cosa en los ojos y, según sea la cosa esa, decidir que el hombre que se la ve está un par de palmos por encima de la inteligencia de un asesor de imagen o del mismo Herr Einstein.

No lo olvide el aprendiz: la palabra, usada para descubrir la orografía femenina, es mucho más íntima que la mirada, y profundamente excitante. No importa la exageración. Nunca se exagera lo bastante:

-Es como si tuvieras un sol en cada ojo.

Se lo creen sin dificultad o, al menos, piensan que nos han sacudido tan fuerte con los ojos en cuestión que desvariamos por su causa.

-Tus ojos son como una sala azul con cortinas blancas.

No tema: todo vale.

-Me asomo a tus ojos y veo un mundo nuevo y misterioso.

Y, si quiere probar que la exageración es lo indicado, añada:

-Con árboles y pájaros cantando.

No le llevarán la contraria.

Con la palabra aplicada a la orografía femenina se pueden hacer diabluras. Cualquier lugar, recóndito o insignificante, puede convertirse en un poema: un lunar, el lóbulo de la oreja, los dientes, las pestañas, la pelusilla blanquecina del cogote, la punta de la nariz, el arco de la ceja.

Para que la palabra ejerza su máximo influjo hay que suministrarla acompañada con el sentimiento que el accidente orográfico causa en el corazón del hablante:

-Me asomo a tus ojos y veo un mundo nuevo y misterioso, con árboles y pájaros cantando. -atiendan a la segunda parte- Y siento una sensación profunda.

Puede que el sinvergüenza no sepa lo que es una sensación profunda, pero la homenajeada, sí. Lo importante para ella es que hace sentir.

Si las palabras comunican secretos, mejor que mejor:

-No se lo he dicho a nadie, pero las orejas de una mujer son como rosas, como flores.

Diga cualquier cosa de la frente, del flequillo, del mentón, pero no en público: hay que evitar las carcajadas de los otros varones. Cuente que conoce a las personas por las manos y que ella las tiene sensibles, precisas, de artista, aunque sean bastas. Una confesión sobre las manos nunca deja de causar efectos sorprendentes e íntimos.

Si ella, humilde, le comunica un profundo defecto, como que las tiene frías o calientes, niéguelo a toda costa y afirme que así le gustan más.

-Frías como el alba.

-Tibias como el mediodía.

Un buen sinvergüenza no ha de tener complejos. Al contrario, cuando haga un tratamiento vocal, a base de palabras escogidas, recale en los lugares más débiles de la estructura femenina. Convierta un ojo lloroso en un ojo brillante y sensible a la luz; diga algo inspirado de las puntas de la nariz frías y enrojecidas, como que prestan a su propietaria un aire de niña inocente: cuela siempre. Llame esbeltas a las piernas delgadas. No ceje y llame turgentes a los muslos gordos. Del pecho pequeño, afirme que la medida homologada le exige caber en una mano; del generoso diga que, según Aristóteles, la esfera es la figura más perfecta.



EN RESUMIDAS CUENTAS:
La orografía femenina, aunque dispuesta según los mismos planos, puede tener apariencias muy diversas en tamaño, forma, tacto y proporción, pero un sinvergüenza avezado sabe decir exactamente lo mismo de los elementos y protuberancias más distintos: qué pelo tan luminoso, qué cuello tan misterioso, que pecho tan atractivo.



REGLA DE ORO
Hacer un croquis discreto, pero encomiástico, del territorio de una mujer cualquiera abre muchas puertas, si es que uno cuida de olvidar el realismo viril. Nada de palabras como culos, tetas, barriga: caderas, pechos o senos, vientre... Otras, aún más directas, no las use nunca, aunque tenga el objeto a la vista.

El buen sinvergüenza ha de ser capaz de acostarse con una mujer sin que en ningún momento este hecho se refleje en su conversación. Si se ve forzado a hacer mención de ciertas maniobras, insista en que está buscando su alma: salva las apariencias:

-Busco tu alma para poseerte entera.

Signifique lo que signifique, hace su efecto. Y no es que las mujeres se lo crean todo, no. Pruebe a decirles que esta o aquella son perfectas y verá. Lo que sucede es que se creen casi todo lo maravilloso que se dice de ellas. Por dos razones:

A).- Ya lo han pensado antes.

B).- Ante la duda, creen que le han sorbido el seso y que las palabras del varón son hijas de la pasión.

Ignoran, las pobres, que el varón, una vez apasionado, gruñe en lugar de perder el tiempo hablando.



Chapter 4
LECCIÓN SEGUNDA: COMO ELEGIR PIEZA
Impuestos ya sobre lo que es la mujer y los tipos que resultan de su catalogación científica, el sinvergüenza aprendiz tiene que plantearse una pregunta clave: ¿Cómo elegir a la víctima?

Muchos hombres afortunados nacen con un instinto extraordinariamente preciso. Hay quien, sin estudios especializados, es capaz de entrar en un salón atestado de señoras y, tras una mirada panorámica, decir "aquella" con un margen de error del 0,1 por cien. Es un don.

O, mejor, un aspecto poco estudiado de la inteligencia práctica. Porque lo cierto es que la mujer, como los semáforos, se pasa el tiempo emitiendo una completa y complicada tanda de señales. Luz roja, ámbar y verde. Lo malo es que, a veces, emite rojo y verde a la vez, o ámbar y verde, y el éxito depende entonces del instinto.

En principio, la mujer aislada es más accesible que en grupo. Varias mujeres juntas descorazonan al hombre más curtido, pues le consta lo sarcásticas y escatológicas que pueden llegar a ser entre ellas. En pandilla, hasta las más tiernas se atreven a todo.

A todo. Recuerdo, como una amarga experiencia, la tarde en que pasé por delante de tres jóvenes estudiantes de COU. Silbaron a mi paso y una me dijo, con voz clara y precisa: ¡Vaya carroza interesante! ¡Así me gustan a mi!

Enrojecí en el acto mientras notaba la garganta seca y atenazada por una mano negra. Pero los hombres, lejos de buscar consuelo en las lágrimas, damos la cara al peligro y nos enfrentamos a lo difícil con una sonrisa.

Giré sobre mis talones, retrocedí hasta las chicas que me contemplaban zumbonas, y cogí el toro por los cuernos:

-¿Quién quiere tomarse una cocacola conmigo y hablar con un carroza?

Las tres, y muy contentas.

La mujer emite con los ojos, con la postura, con el movimiento y hasta con la evitación de mirar al que debe recibir el mensaje; pero nunca, nunca, con la palabra. Las palabras tiene que pronunciarlas el hombre para que ella se de el gustazo de fingir que decide cuando lo ha hecho ya. Antes de que el hombre tome alguna medida de aproximación, ella sabe si sí o si no.

Salvo en el caso de los muy expertos, el sinvergüenza normal debe evitar entrar en tratos con políticas o politizadas, con feministas (ir al anexo 2), con casadas y con devoradoras de hombres, por los riesgos que implican y por la pérdida de libertad que suponen.

En general, el hombre maduro, de 35 a 45 años, tendrá más éxito con las jóvenes, mientras que el hombre joven lo tendrá con mujeres mayores que l: por lo visto la naturaleza trata de compensar las diferencias. También es un hecho que, tanto al hombre como a la mujer, a medida que envejecen, les gustan los antagonistas más jóvenes.

Otra norma que debe tenerse presente a la hora de elegir es que la mujer nunca, nunca, es lo que parece. Y nunca se porta tan bien con el hombre como al principio, durante el galanteo. Por eso el buen sinvergüenza, empeñado en cortar la flor del día, debe hacer lo posible para mantenerse siempre en esa fase insegura y hermosa.

Y tener siempre bien presente que es en ella cuando mayor peligro de enamorarse de verdad se corre: nada despierta tanto el amor como tratar con una persona que nos ama o lo parece: es muy contagioso.

A pesar de saber que la mujer nunca es lo que parece, el hombre tiene que fiarse de sus observaciones, y aquí surge el gran drama masculino: cada hombre tiene una especie de hado que le lleva una y otra vez hacia mujeres del mismo tipo, con las que puede pasarse la vida repitiendo una historia semejante.

El record de estas coincidencias, en contra del azar y de la voluntad, lo tiene un conocido que sólo, sólo, ha tenido que ver con mujeres cuyo nombre empezaba por e. Naturalmente, antes de abordarlas l ignoraba esta circunstancia, pero por alguna extraña razón sólo se aproximaba a las es. De este modo, su vida ha sido un continuo ir y venir persiguiendo a Evas, Elviras, Esperanzas, Emmas, Elisas, Elenas... Es el hado que mencionábamos antes.

Hay quien sólo consigue morenas o sólo pelirrojas. Pero, en general, estos casos extremos, tan volcados en un sólo detalle, no suelen darse, y la maldición masculina consiste en el tipo psicológico de las mujeres a las que uno se hace adicto.

Es algo relacionado con las afinidades electivas. Sólo una clase de mujeres reacciona ante el particular encanto o método de cada hombre. Si sirve la experiencia propia, no tengo reparo alguno en confesar que yo soy víctima de las mujeres pensativas, bastante complicadas, algo intelectuales y cargadas de complejos. No necesito compasión, pero para mí los amoríos no han sido un lecho de rosas.

Tan pronto como hay por las cercanías una mujer con la costumbre de bajar los ojos con aire pudoroso, meditabunda, algo tímida o retraída, ahí estoy yo echándole los tejos: no puedo resistirme al hado. Y es que s cómo llegar a su fibra sensible: es como un instinto.

Sin embargo, las que me gustan de verdad son las alegres y dicharacheras; las que nunca han leído ni a Sartre ni a Camus ni murmuran versos de Miguel Hernández o de Lorca en cuanto te descuidas; las que prefieren las comedias a las tragedias y, en general, aparentan tener menos sesos que un chorlito. Me gustan las coquetas zalameras, vanidosas, que piensan mucho en cómo agradar; superficiales, ligeras y despreocupadas. Pero ese tipo de mujer no se me da.

Cualquier aprendiz de sinvergüenza que se haya colgado las primeras dos piezas sabrá muy bien la clase de hado que tiene que soportar para el resto de sus días. Como si fuera un personaje de Esquilo, más le vale no intentar oponerse al destino y hacer lo que los dioses del amor han decidido que haga, o retirarse de la circulación haciendo penitencia en el matrimonio.

Una vez que sepa qué tipo de mujer es el único sensible a sus peculiaridades, debe tener una clara visión de los grados de dificultad con que se va a encontrar.

Psicológicamente no puede hablarse con razón de señoras más fáciles o más difíciles, salvo en casos extremos de furor uterino. Quienes deciden el comportamiento suelen ser las circunstancias; y las más favorables para los fines del sinvergüenza coinciden en una verdad indiscutible: la mujer que vive sola, lejos de la familia, sin controles diarios.

En este apartado pueden incluirse las divorciadas. Estas, además de vivir solas, están hechas, mal o bien, a la vida en pareja y, aunque hayan tenido motivos muy respetables para separarse, su humana naturaleza les hace mirar la cama vacía con bastante frustración.

No se pretende decir que todas las divorciadas sean fáciles, sino que muchas divorciadas pueden ser trabajadas con un alto porcentaje de éxitos, si el sinvergüenza practicante sabe jugar sus cartas.

Otras mujeres que viven solas pueden ser estudiantes lejos del hogar, funcionarias jóvenes trasladadas de aquí para allá... Su observación ha proporcionado al gremio un dato que no es anecdótico: un nivel cultural más elevado, lejos de poner en guardia a la mujer solitaria, la hace más vulnerable a las artimañas del sinvergüenza experto. A la experiencia diaria me atengo y al hecho de que la formación superior, al insistir más claramente en la igualdad de los sexos, desarma a la mujer frente a los razonamientos insidiosos del especialista. La cultura, como aquel que dice, es enemiga de la intuición.

Un buen cazador de señoras debe, antes de seleccionar su presa, conocer su estado civil, su profesión, sus circunstancias personales: si vive sola, con amigas o con la familia, o si ha sido abandonada recientemente. Debe observar meticulosamente sus costumbres en bares y cafeterías: la mujer que bebe, por ejemplo, se desinhibe que da gloria verla y, a poco que se pase en la dosis, experimenta unos calorcillos lascivos de los que se puede sacar partido.

Normalmente, es más fácil ser un sinvergüenza con la mujer que trabaja que con la que está en su hogar, porque las posibilidades son directamente proporcionales al número de horas que pasa en la calle, sometida a la excitante vida moderna.

La mujer que lee, por ejemplo, es más manipulable que la que no lee, suponiendo que sus lecturas sean novelas y no ensayos económicos: tiene una imaginación mas receptiva. Lo mismo pasa con la mujer que trasnocha y, claro, con la mujer que ha tenido ya varias experiencias, por así decir.

Y la edad: cuanta más edad -dentro de unos límites- en las solteras, suele darse el caso de una mayor vocación hacia el acoso y derribo, antes de que se les vaya la juventud.

El que quiera la máxima dificultad para probar sus habilidades, que elija a una mujer joven, virgen, que viva en el domicilio paterno, que tenga que estar a las diez en casa, que posea elevados sentimientos religiosos y que sea conocida por su falta de imaginación.

Eduardo Libre, en su ya lejana juventud, pasó por una poca en que la vanidad se le subió a la cabeza. Presumía de que no se le escapaba una viva, tal era la maestría alcanzada en la ejecución de sus perversos designios.

-Cualquiera. -solía decir en cuanto se mojaba los labios en sangría.

-¿Apuestas? -le respondieron una vez los testigos. Y el muy asno fue y apostó a ciegas.

Había una chica monísima que todavía estaba en Preu, que era una especie de COU con más mala fe. Muy alegre, muy simpática y muy tierna, pero famosa por el modo que tenía de clavar los codos en quienes bailaban con ella y no pensaban en bailar. Todos, incluido Libre, habían intentado el asalto una y otra vez, siendo rechazados. Se despeñaban desde aquellas murallas.

Era virgen con toda seguridad. Muy joven, muy lista; buena matemática y, para colmo de desgracias, vivía con sus padres y no leía novelas de amor. Tampoco bebía ni fumaba. La novia perfecta, pero una verdadera desgracia para cualquier sinvergüenza.

-Esa. -le dijeron a Eduardo.

Hombre de temple, sonrió sin demostrar su profundo desánimo.

-Creí que me elegiríais a una fea, para fastidiarme. Pero me hacéis la cosa interesante con esta monada.

-Ya, ya.

Se pasó dos horas analizando la situación y proyectando arteros planes. Aún comprendiendo que estaba perdido no se rindió. Al contrario: fue en busca de la chica que, encima, se llamaba Inmaculada.

-Inma -le dijo-, me pasa esto y esto.

Le contó todo: su ligereza al pavonearse, su imprudencia al hablar después de beber sangría y cómo los amigos, convencidos de la dificultad absoluta, la habían elegido para la apuesta.

Ella se rió, porque era muy simpática y porque era halagador saber que tenía una fama tan limpia como el cristal.

-Todos te temen -siguió Eduardo, insidiosamente.- No ya los chicos del instituto y tus vecinos, sino los universitarios. Eres tan buena chica, tan imposible como plan, que procuran esquivarte.

-¿Sí? -dijo ella, no tan halagada.

-Claro. ¿Qué chico se va acercar a una muchacha como tú, sabiendo que no tiene ninguna esperanza?

-Tú lo has hecho. -respondió Inmaculada sin sonreír.

-Por una apuesta, pero me tocará pagarla como un caballero.

Ya hemos dicho que Inmaculada no era ninguna tonta y, como tenía talento para las matemáticas, razonaba con mucha lógica aunque sin comprender los abismos de la mente masculina:

-Entonces, ¿por qué has venido a contarme todo esto?

Eduardo se felicitó en silencio por haber dedicado dos largas horas a la meditación:

-Yo ya sé que no te dejas ni coger de la mano, pero, aún así, se me ocurrió que a lo mejor querías burlarte de todos esos y fingir que salías conmigo.

-Si salgo contigo es que salgo contigo. -razonó Inma, implacable.

-Oh, mira: yo no pretendo que te enamores de mí ni mucho menos enamorarme yo de ti. Pero podríamos darlo a entender, para burlarles.

-¿Cuánto te has apostado?

-Cinco mil pesetas.

-¡Jesús!

Hay que advertir que hablamos de un tiempo pasado, no sólo mejor sino mucho más económico. Al cambio, aquellas cinco mil podían ser unas sesenta y cinco mil pesetas de hoy, lo que sigue siendo mucho para un estudiante que pasa poco tiempo en clase.

Tanto que Inma se apiadó:

-¿Qué tendría que hacer yo?

Desde el día siguiente los apostadores empezaron a encontrarse a Inma y a Eduardo en sus bares habituales, en su discoteca, bailando, en las calles usadas como paseo. Eduardo la recogía a la puerta del instituto y la devolvía, a la hora en punto, en la puerta de su casa.

Por lo demás, era tan frío como un pez. Le hablaba de filosofía, o de deporte en ocasiones, pero, sobre todo, de otras chicas, tratando de demostrarle a Inma que ella era distinta y que él no sólo la respetaba sino que no estaba dispuesto a ponerle un dedo encima.

La muchacha agradecía la delicadeza pero, como se sabía guapa y simpática, empezaba a preocuparse. De seguir así, asustando a los chicos que ya no se atrevían ni a aproximarse, veía venir una larga vida de soledad y aburrimiento.

-Si hubiera sido otra, ¿me hubieras contado lo de la apuesta o hubieras intentado conquistarme?

-¡Qué preguntas! -exclamó Eduardo, relamiéndose en silencio- Pero a ti no se te puede conquistar.

Ella enrojeció y se mantuvo en silencio durante un rato, analizando la situación sin duda.

-¿Por qué?

-Oh, bueno: tú no te fías de ningún chico. Y haces bien. No dejarías que te llevaran a los bancos oscuros ni que te dijeran tonterías sobre tus ojos mientras intentaban meterte mano.

Inma volvió a sus análisis, de los que salió fortalecida:

-Si no me llevas a esos bancos, ¿tus amigos se darán cuenta del truco? Algunos van por allí con otras, ¿no?

Se estuvieron hora y media sentados en aquellos oscuros e inmorales asientos. Como Eduardo se mantenía quieto y silencioso, se aburrieron profundamente hasta que él señaló a una pareja que avanzaba:

-Es Ramón: un apostante.

Ella disimuladamente, bendijo a Ramón mientras Eduardo se aproximaba y pasaba un brazo por encima de sus hombros.

-Perdona. -se disculpó- Es lo habitual.

Puso la otra mano en la cintura femenina y aproximó su boca a la orejita:

-Así parecerá que te estoy besando.

Inma, herida, no se explicaba por qué aquel cretino desaprovechaba la ocasión de besarla de verdad. Eduardo, según decían las malas lenguas, no solía andarse con rodeos. ¿Carecía ella de sex-appeal? Quizá, porque tan pronto como Ramón y su pareja se perdieron en la noche, Eduardo soltó sus diferentes presas y se puso a mirar a las estrellas y a comentar los años luz que había entre la tierra y la estrella Alfa de Centauro.

-Vuelve Ramón. -advirtió Inma al cabo.

Eduardo, con toda delicadeza, adoptó su posición de combate y murmuró al oído de la chica:

-Qué fastidio, ¿no?

-Sí. -dijo Inma, pero por otras razones.

Al dejarla a la puerta de su casa, Eduardo tuvo la humorada de recordar los acontecimientos del banco:

-Mira que si me hubiera querido aprovechar y te hubiera besado...

-¿Qué?

-Pues que ahora no querrías saber nada más de mí y perdería la apuesta.

Los amigos, seriamente preocupados al comprobar los avances que iba consiguiendo Eduardo, decidieron hacer trampas y contaron la historia de la apuesta a las chicas con las que salían, exigiéndoles discreción.

-Eduardo te está engañando. -le dijeron a Inma sus buenas amigas una hora después.- Ha apostado a que te conquistaba.

-¿Por qué me ha elegido a mí?

La amiga no perdió la oportunidad de echar unas gotitas de acíbar:

-Porque tienes fama de imposible.

-Pues Eduardo está muy bien. -se defendió Inma.

Los apostadores escucharon las noticias horrorizados: ¡Eduardo estaba muy bien! Y lo decía aquella mujer fría después de saber que todo era un engaño. Miraron sus carteras con auténticos ojos de dolor.

-Ya están ahí. -dijo Inma aquella noche en el banco.- En cuanto les han dicho que no me ha afectado el chivatazo han venido a vigilar su inversión.

Eduardo adoptó su conocida posición de combate y notó que Inma se aproximaba más de lo estrictamente necesario.

-Se acercan mucho. -murmuró ella.

-Sí. -dijo él.

Inma, en busca sin duda de realismo, pasó su mano por la nuca de Eduardo y la acarició.

-Hola, chicos. -saludaron los apostantes, heridos profundamente.

Por la noche, Eduardo volvió a echar un vistazo a los últimos acontecimientos:

-Se lo han creído. Como si te hubiera besado, ¿verdad?

-Pero no lo has hecho.

-Estupendo, ¿no?

A la noche siguiente Eduardo conectó un magnetófono. Había grabado una conversación con sus amigos y quería que Inma la escuchara:

No he conseguido nada -decía su voz- He perdido la apuesta. Inmaculada está fuera de mi alcance.

-¡Venga ya! -dijeron otras voces.- Os hemos visto dándoos el lote en los bancos.

-No es verdad. He perdido.

Ella, entre la oscuridad, trató de mirarle a los ojos. Eduardo resultaba ser todo un caballero, preocupado por su fama. Demasiado caballero quizá.

-¿Por qué has hecho eso?

-Pse.

-Pero has perdido.

-Pse. -insistió.- No quiero seguir con esto. ¿Sabes lo que me cuesta abrazarte de mentira y besarte de mentira?

Ella agradeció la información en silencio.

-Por eso es mejor que lo dejemos ahora, como amigos. Si no, un día voy a besarte en serio, tú te enfadarás y... No quiero que te enfades conmigo.

Inma tampoco. Apoyó su linda cabecita en el hombro masculino y se dejó embargar por variadísimas emociones. De todas ellas destacaba la admiración por la honestidad de Eduardo que, sin duda, se había enamorado de ella.

-¿Tanto te hubiera gustado besarme de verdad?

-Besarte y más cosas. -respondió Eduardo rápidamente

-¿Sí?

-Apretarte. -detalló.

-¡Qué bruto!

-No lo sabes tú bien. -confirmó Eduardo, descubriendo los labios de Inma a muy corta distancia.

Y apretó y besó. Esta vez no pidió disculpas, sino que siguió apretando y besando. En unos momentos, alternativamente, y en otros, a la vez. Y a Inma le pareció algo completamente natural además de muy agradable.

Aquella noche llegó tarde a casa por primera vez, pero no por última. Eran otros tiempos y las chicas de diecisiete años tenían del sexo una visión más idílica que las de ahora: casi nunca se iban a la cama el mismo día que un hombre les daba el primer beso.

Tardaban más pero, llegado el momento, también ponían más corazón y sentimiento.

-Vengan las cinco mil cucas. -dijo Eduardo a su debido tiempo, muy ufano de ser un canalla y de haber falsificado la cinta magnetofónica.

Hubo algunas resistencias, alegando problemas de forma. Querían pruebas.

-Mi palabra.

La palabra de un sinvergüenza que no fuera cazador ni pescador era sagrada en aquellos días. No se dudaba.

-Pero cuéntanos cómo lo hiciste.

Eduardo estuvo a punto de hacerlo pero, de repente, pensó en los ojos de Inma, en los labios de Inma, en todo lo demás de Inma. Como estaba al principio de su carrera, no había tenido tiempo de encanallarse lo suficiente y sí, en cambio, estaba en un tris de enamorarse. No era el Eduardo Libre que todos conocemos hoy.

Miró tristemente las cinco mil palomas y sintió un lacerante dolor a la altura del bolsillo, pero su decisión estaba tomada:

-Quise veros las caras de susto. Es mentira. Nada de nada. -dijo, devolviendo el dinero.

-Nieves me ha dicho que es verdad, que Inma está tan alelada que sólo puede tratarse de eso.

-Es mentira. -insistió él.- Cuatro besos. Nada.

-Vengan tus cinco mil cucas. -le exigieron sin hacer más preguntas.

Y pagó. Claro que por primera y última vez en su vida. El amor le había ennoblecido durante unos instantes pero, afortunadamente, no cogió el hábito.



Chapter 5
LECCIÓN TERCERA: EL MÉTODO PERFECTO
El auténtico seductor, nace. El sinvergüenza, en cambio, puede llegar a serlo con esfuerzo y aplicación, ya que su objetivo no es seducir a las mujeres sino aprovecharse de ellas, en cierta medida. Ellas, en muchos casos, también pretenden lo mismo. No todas, claro: algunas. Las suficientes.

Al margen de la estatura, la simpatía, el color de los ojos y el talento natural, existe un método perfecto para tene

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