sábado, 26 de enero de 2008

CHISTES Y RELATOS

Las calumnias contra el Lobo Feroz

En la última reunión del Comité Internacional en Defensa del Lobo
Feroz (CINDELOFE), el profesor Waltz Fredman terminó su alocución con
estas estremecedoras palabras: "¿fue el lobo feroz el culpable, o lo fue
Caperucita?". Efectivamente la narración de Perrault se presta a muy
diversas interpretaciones. No obstante hay puntos de acuerdo que son
indiscutibles y que paso a enumerar:

1. Caperucita sabía perfectamente que podía encontrarse con el lobo feroz.

2. Caperucita no era ajena al hambre del lobo.

3. Si Caperucita hubiera ofrecido al lobo la cesta de la merienda de su abuela, muy probablemente no habría ocurrido lo que ocurrió.

4. El lobo no ataca inmediatamente a Caperucita, sino al contrario, conversa con ella.

5. Es Caperucita quien da pista al lobo y le señala el camino de la casa de su abuelita.

6. La abuelita es idiota al confundir por confundir a su nieta con el lobo.

7. Cuando Caperucita llega y el lobo está en la cama con la ropa de la abuelita, Caperucita no se alarma.

8. El hecho de que Caperucita confunda al lobo con la abuelita demuestra que la niña iba poquitísimo a ver a su abuela.

9. El lobo, con esas preguntas tan tontas y directas, quiere alertar a Caperucita.

10. Cuando el lobo, que ya no sabe qué hacer, se come a Caperucita, es porque ya no le queda otra solución.

11. Es posible que antes de ello, en el bosque o en la cama, Caperucita hiciera el amor con el lobo.

12. La versión del cuento por la que Caperucita, cuando oye la pregunta del lobo: "¿adónde vas, Caperucita?", le responde: "a lavarme el chichi en el arroyo", cobra cada día que pasa más fuerza.

13. Es por tanto, Caperucita, y no el lobo feroz, la que provoca los instintos naturales de la pobre fiera. Primero los sexuales y,
posteriormente, los depredadores.

14. También la madre de Caperucita tuvo mucha culpa al no acompañar a la hija.


Estos catorce puntos son, en principio, claros y concisos. Los que
se empeñan en desprestigiar al lobo feroz no se han parado a pensar en la
posible manipulación que se ha hecho de su figura, su actividad y reacción
ante una provocadora profesional como era la golfa de Caperucita.

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Mínimos avances en la cama


por Hernán Casciari

Menos la cama, todo ha mejorado en este mundo. Antes cocinábamos la sopa haciendo fuego con leña, ahora metemos el tazón directamente al microondas; hace medio siglo podíamos tener hasta cincuenta longplays en casa, hoy tenemos quinientas discografías completas en el bolsillo; ayer íbamos a los sitios a caballo y tardábamos meses en llegar, ahora nos movemos en aviones y en tren bala. Todo lo que nos importa ha evolucionado menos la cama, la cama no. Dormir sigue siendo la misma mierda desde el siglo once.

Capaz que soy yo, que me estoy haciendo viejo y ya todo me cuesta mucho, pero cuando llega la noche prefiero quedarme dormido en el sofá, o en el suelo, antes que irme a la cama.

—¿No vienes a dormir? —pregunta mi mujer.

—No, otro día.

Sólo pensar en la cantidad de cosas que hay que hacer para acostarse me desmorona. No hay nada automático, todo es manual y torpe, todo es antiguo.

Observo la vida del hombre moderno y todo parece estar bien, me siento satisfecho: un aparato nos alerta sobre la hora de despertar; enseguida una máquina nos prepara el café; después un vehículo nos conduce al trabajo; allí un dispositivo piensa por nosotros y nos corrige; por la tarde extraemos dinero de una estructura automática para insertarlo en otra que nos ofrece alimentos o cigarros; por la noche otro artefacto móvil nos devuelve al hogar; ya en casa una invención nos entretiene con música, dramaturgia o deportes; y otra maquinaria nos indica que ya es la hora de descansar.

Hasta ahí todo es perfecto.

Pero justo entonces —cuando más necesitados estamos de lo automático— sobreviene el fallo: antes de acostarnos, nosotros, los hombres modernos, los que ya hemos conseguido no realizar ni un solo esfuerzo físico, tenemos que hacernos la cama. No existe un artificio mecánico que nos libre de esa desdicha. En las casas hay control remoto para todo, hasta para bajar las cortinas. Pero no los hay para las actividades que involucran el dormir.

Solamente los japoneses y los enfermos terminales tienen control remoto en sus camas. Ellos sí. A veces me dan ganas de ser amarillo (del verbo tokio o del verbo hepatitis) para que mi cama sea automática y tenga botonera.

El hombre se ha pasado los últimos veinte o treinta años inventando una cantidad enorme de estupideces. Ya hay máquinas que te informan quién llama, con letras de imprenta, para que no lo preguntes en el teléfono. ¡A eso hemos llegado en nuestra loca aventura hacia el confort! Inventamos artefactos que nos liberan de decir "hola, ¿quién habla?". Hay herramientas que convierten el agua en hielo sin que tengas que viajar al sur. Hay lo que quieras.

Pero a la noche, cuando llega la hora del reposo, debemos airear diferentes telas, extenderlas de manera que sus puntas se toquen, simétricas, y colocar los bordes debajo de una bolsa llena de plumas; una bolsa absurda que pesa lo mismo que la lengua de un dinosaurio.

Odio el colchón actual. Lo odio con todas las fuerzas de mi alma. El colchón y el comunismo son las dos creaciones más equivocadas de la historia del Hombre. Ambos son inventos que jamás funcionaron bien del todo, pero nunca nadie se ha atrevido a decir en voz alta:

—Hemos fallado, señores, hagamos esto otra vez desde el principio.

Al contrario. Al comunismo y al colchón seguimos incorporándoles modificaciones y mejoras falsas, para disimular nuestro error de haber inventado algo tan incómodo. Colchón ergonómico, comunismo libertario; canapé abatible, izquierda moderada; somier articulado, socialismo utópico; colchón de espuma viscoelástica, partido obrero español.

No es posible que, a estas alturas del progreso, todavía haya algo en nuestros hogares que debamos limpiar pegándole con una escoba en el patio. No tiene lógica.

No puede ser que si un día nos meamos (sin querer), tengamos que pedir ayuda a un vecino para dar vuelta el colchón. Tenemos microchips, minifaldas, lentes de contacto, calditos de pollo… Una enorme variedad de cosas minúsculas. Pero a la noche dormimos en una cosa que pesa treinta y siete kilos.

Es increíble que ya tengamos coches con los que podemos chocar diez veces sin matarnos, y marcapasos con el que podemos sufrir hasta siete ataques al corazón y seguir vivos, y que —por el contrario— haya que tirar el colchón a la basura cuando nos hacemos pis dos veces. La tecnología y la modernidad parecen estar al margen de los dormitorios. Los avances se quedan en el comedor, en la cocina, en la sala de juegos.

Si comparamos una cama del año 1308 con otra de este año nos va a costar mucho encontrar un mínimo progreso. Siete siglos muertos, a la deriva de la ciencia, en donde únicamente hemos logrado construir el mismo armatoste horizontal con tres lienzos de tela encima. En setecientos años, sólo hemos conseguido ponerle elástico a las puntas de la sábana de abajo, para que no se salga cuando damos pataditas. En setecientos años, un elástico. ¿Qué carajo nos está pasando?

En estos tiempos de modernidad la cama debería venir con ingravidez de serie. Tendría que ser una cápsula gigante y hermética, sin sábanas ni frazada ni colchón de pluma. Fantaseo cada noche con un artefacto en el que mi cuerpo flota, desnudo y lánguido, siempre a una temperatura perfecta y con un leve sonido de fondo: el arrullo del mar, tres grillos en la distancia, los goles de Racing en la voz de Víctor Hugo...

En esta cama 2.0 no existiría ni el ronquido ni el insomnio, ni los ruidos externos, ni las pesadillas, ni los pedos con olor. Toda la cápsula estaría insonorizada y atenta a cualquier desliz del cuerpo o del entorno. Las almohadas tendrían un temporizador que las haría dar vuelta solas cuando notasen el cachete acalorado. Y, por supuesto, nosotros mismos estaríamos unidos a un grabador de sueños, para poder ver al día siguiente la repetición de las mejores escenas.

Yo no sé si falta mucho o poco para que lleguemos a este punto del confort. Pero lo veo muy complicado, porque los científicos están muy ocupados poniéndole más y más pelotudeces a los teléfonos móviles. Qué gente obsesiva.

Ahora me acuerdo de una frase de Juan Rulfo, el escritor mexicano. Una frase muy bonita que aparece en su novela Pedro Páramo. El protagonista se está quedando dormido sobre una roca áspera, después de haber andado todo el día por el desierto, y dice, antes de quedarse frito:

—El mejor colchón es el cansancio.

Puede ser, sí... Puede ser. En esa época los hombres se agotaban mucho, caminaban kilómetros enteros, trabajaban con las manos y la espalda, comían poco carbohidrato, se peleaban con cuchillo. Es decir, antes la gente se esforzaba. Pero ahora ya no. Hemos abolido el cansancio, hemos eliminado el sudor de la frente y el parirás con dolor. Nos hemos quitado de encima el yugo triste del siglo veinte. Hoy el único trabajo físico que nos queda es hacer la cama antes de acostarnos.

Y yo no quiero, me rebelo. Me enoja mucho que hayamos olvidado erradicar lo más importante. Nos pasamos ocho horas al día durmiendo, ¡un tercio de la vida! Dormimos más que comemos, más que viajamos, más que reímos y amamos. ¿Cómo es posible, entonces, que todavía nadie haya inventado una almohada que se enfríe sola en medio de la noche? Estamos en el nuevo milenio y tenemos que despertarnos para dar vuelta la almohada.

Somos una raza de imbéciles.

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Un Six y un Tequila

> Una pareja de recién casados trataba de poner las cosas en claro,

ella

>decía...

> Mira Baldomero. para no andar con insinuaciones te voy a ser muy

clara,

>cuando traiga el cabello peinado con raya para un lado,

> quiere decir que quiero hacer el amor de manera tranquila.

> cuando lo traiga peinado con raya por en medio, lo quiero hacer de

manera

>más cachondona... cuando traiga trenzas lo quiero hacer de

> manera salvaje y cuando lo traiga recogido con un chongo significa

que no

>quiero saber naaada de naaada.

> El le contesta...

> Mira Margarita, yo todavía voy a ser más claro que tú. cuando me

veas con

>una tecate en la mano, significa que quiero hacer el

> amor de manera tranquila... cuando me veas con dos tecates en la

mano,

>significa que quiero hacer el amor de manera más cachondona. cuando me veas

>con un six pack, significa que

> quiero hacerlo de manera salvaje y cuando me veas con el six pack de

>tecate en una mano y una botella de tequila en la otra, quiere decir...

> Que me vale madres como andes peinada.

> ¿OK?

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